La música es el motor de las emociones. ¿Quién no ha llorado alguna vez con una canción? ¿O quién no ha escuchado un tema musical, y se le han ido los pies…? Seguro que en más de una ocasión, nos hemos descubierto a nosotros mismos tarareando una melodía en el autobús, el coche, el trabajo, la ducha… La música es la banda sonora de nuestras vidas. Desde que nacemos, hasta que morimos, cada momento, cada etapa está marcada por alguna canción; una sucesión de notas que dibujan una melodía capaz de hacernos bailar, reír, evocar algún momento pasado…, e inclusive llorar.

En esta última semana en la que, no sólo ando corrigiendo a marchas forzadas una montaña de trabajos y exámenes, sino que además, ando inmerso en el inminente estreno teatral de clu Teatro, aún me quedan mil detalles que pulir, sobre todo los cambios de última hora que suelen ser habituales en mí, y a los que están más que acostumbrados mis actores. No obstante, entre la vorágine del día a día, la música siempre me acompaña. Y, precisamente Glee, una serie de la que soy aficionado, me ha devuelto a la memoria uno de los musicales que más me gustan, y más me levantan el ánimo. Pertenece a Hairspray, un musical con toneladas laca, que pisó los escenarios de Broadway en el año 2002.

La historia nos muestra el Baltimore de los años 60 a través de los ojos de Tracy, una joven que sueña con bailar en el show televisivo de Corny Collins. Luchando contra los estereotipos sociales de aquella época, Tracy consigue que su sueño se haga realidad, y no duda en convertirse en abanderada de la integración racial. Basado en una película de los 80 dirigida por John Waters, este musical ha ganado numerosos premios, e inspirado una secuela cinematográfica dirigida por Adam Shankman y protagonizada por actores de la talla de John Travolta, Michelle Pfeiffer, y Christopher Walken, entre otros.

Desde el inicio, la música nos sumerge en la década de los 60, y retrata perfectamente los estereotipos sociales, y el modo de vida de aquella época. También ganadora de numerosos premios, la partitura ha sufrido modificaciones desde que se estrenara el filme original en 1988, pasando por la adaptación teatral, hasta la película que llegó a nuestras pantallas en 2007. Pese a todo, You can’t stop the beat!, el tema final del musical, ha sobrevivido a todas ellas y, dada su duración (más de 5 minutos), es uno de los más complejos escenográficamente hablando, ya que cuenta con todo el reparto en escena. A esto se suma la complejidad vocal y coreográfica, pues durante todo el número musical, los actores han de cantar y bailar al ritmo de una melodía impregnada de una gran energía, que hace que al más pintado se le vayan los pies y no pueda dejar de bailar..., no pueda perder el ritmo...
Escuchar You can't stop the beat