Hola Pluto.

Han pasado ya unos días, pero aún no he conseguido reunir la fuerza suficiente para no llorar cada mañana, cuando me levanto y veo que ya no estás. La casa está vacía, sin la alegría que desprendías, y cada rincón y momento del día me recuerda a ti. Aun creo escuchar tu bufido por debajo de la puerta del dormitorio, cuando por la mañana me pedías que te abriera la puerta para saltar sobre mi cama y quedarte ahí conmigo. O cuando salíamos a la calle a dar tu paseo... O la manera en que levantabas la pata para que te rascase el pecho... O cómo te gustaba dormir bajo las cortinas y tu mantita… O cómo te gustaba jugar a la pelota o revolcarte en la arena o ir al río o jugar con los aspersores o con tus juguetes o subirte al coche o corretear por la casa o robarme la zapatilla y esconderte debajo de la cama, hasta que te hiciste algo mayor y te quedaste encajado, porque el culete ya no te entraba bajo la cama... Cuando te tumbabas conmigo a dormir la siesta o a que te leyese uno de mis libros... Y luego, por la noche, venias a pedirnos que te acostáramos y allá íbamos todos, tú te tumbabas en tu camita y nosotros te arropábamos... A veces nos despertabas con tus sonoros ronquidos o, simplemente cuando te levantabas y escuchábamos tus patitas sobre el suelo. Pero lo mejor de todo, era ver tus ojitos, esos ojos marrones que parecían estar pintados, como decía la abuela.... ¿te acuerdas...? A sus pies te gustaba tumbarte al sol cuando aún eras un cachorrito. Te echo de menos cuando me despierto y no te veo junto a la cama. Te echo de menos cuando desayuno y ya no puedo darte el trozo de magdalena. Te echo de menos cuando regreso a casa y no vienes a saludarme. Te echo de menos cuando almuerzo, porque no tengo a mi lado mirándome fijamente y esperando paciente a que te de tu trozo de queso. Te echo de menos durante la siesta, porque no estás tumbado conmigo. Te echo de menos cuando me visto para salir y tu no estas esperando al pie de la escalera. Te echo de menos en el coche, porque ya no te veo tras la reja, mirando por la ventana. Te echo de menos cuando te acurrucabas sobre mis pies en el sofá. Te echo de menos en la calle, en el parque, allá por donde voy, porque ya no estás.

Parece que fue ayer cuando nos conocimos. Apenas tenias unos días cuando papá y mamá te trajeron casa. Ese día llegué tarde de Málaga, deseando conocerte y, cuando abrí la puerta, allí estabas tú, una pequeña y preciosa bolita de pelo blanco, de panza sonrosada y con los ojos mas bonitos que había visto jamás; un glotoncete juguetón y muy, pero que muy cariñoso. Te saludé y respondiste moviendo la colita, para después salir corriendo hacia tu cunita y acurrucarte en tu mantita azul. Ahí empezó todo. Una amistad que el destino no ha querido que dure más de once años. Once maravillosos años (los mejores de mi vida) en los que has sido el mejor amigo que he tenido jamás, y un compañero inseparable. Has estado a nuestro lado en los buenos y malos momentos... Cuando Maruja se fue al cielo, cuando mamá y papá estuvieron malitos y durante el medio año que estuve de baja por mi enfermedad, que no te separaste ni un solo minuto de mí. Pero el tiempo pasa inexorable y no perdona... Hace poco menos de un año empezó a fallarte la patita; poco a poco fuiste perdiendo movilidad y, aunque en los últimos meses apenas podías andar, sacabas fuerzas de donde no las había (porque siempre has sido un campeón) para demostrarnos lo valiente y luchador que eras y, pese a todo, nos mostrabas siempre tu alegría y agradecimiento moviendo la colita y dedicándonos una de esas profundas e inocentes miradas... siempre cuando estábamos junto a ti, porque, ni papá, ni mamá, ni yo, hemos querido dejarte solo ni un minuto en todo este tiempo. No obstante, el maldito destino nos obligó, con todo el peso de nuestro corazón, a dejarte marchar y descansar de los dolores que cada vez más invadían tu pequeño cuerpo.

Ahora, tumbado en el sofá, extiendo mi mano buscándote para acariciarte y no te encuentro... Y quiero irme y salir y no volver a casa porque tú no estás. Quiero que sepas que aquí todos te echamos de menos, hasta tu amigo Pepón, pero para mí... para mí está siendo especialmente difícil, porque ya no está mi amigo, mi compañero, mi bebé... Has dejado un vacío muy, muy grande en mí, pero no quiero que te preocupes, lo superaré porque se que ahora estás en un lugar mejor, sin dolores ni sufrimiento, lejos de los cohetes que tanto miedo te daban, corriendo por un inmenso prado verde y jugando con tu primo Ter y tu amigo Simba y, quizá, también tumbado de nuevo a los pies de Maruja, tomando el sol y cuidando de papá, de mamá y de mí, que algún día nos reuniremos de nuevo contigo. Antes de despedirme, quiero darte las gracias por haber formado parte de mi vida, por haberme dado todo lo que me has dado y siempre de forma incondicional; por haber sido un gran amigo y compañero, cariñoso, obediente, fiel y leal... Has sido un ángel que un día entró en nuestras vidas y tocó nuestras almas. Gracias siempre Pluto. Jamás te olvidaré.

Te quiero.